Esta semana, al celebrarse los carnavales, es atípica. Hay clases en algunos centros, en otros toda la semana de vacaciones, así que toca reflexionar sobre temas más generales, sobre los muchachos/as con los que compartimos tiempo y espacio en el aula que están eternamente conectados. Sobre el uso de las pantallas, creo que no se está enfocando bien la situación en la que se encuentran estos chicos y chicas.

En el uso de los dispositivos electrónicos, hemos puesto la voz de alarma en el tiempo que se pierde, en los posibles problemas para la visión, en el tiempo que no descansan porque están jugando o viendo vídeos e imágenes, pero poco se habla de algo verdaderamente importante lo que ha cambiado su manera de comportarse, su forma de relacionarse y comportarse a raíz del uso de los dispositivos.
Un problema importante es conexión: los jóvenes de hoy están eternamente conectados. Probablemente, esta conectividad genera muchísima presión. Veámoslo de forma práctica: Generalmente las personas nos movemos en círculos de conexión con las personas: La familia, estudio o el trabajo, aficiones o tiempo libre, en la intimidad o la pareja, etc. Sin embargo, se detecta que los jóvenes no desconectan en ningún momento, están permanentemente conectados a través de la tecnología o cual invita poco a la intimidad y la desconexión de un grupo para conectar con otros/as.
Imaginemos estar permanentemente en una misma actividad: en una maratón continua, trabajando todo el día, seguramente nos sentiremos presionados y agobiados. Algo así sucede con la eterna conexión: Siempre hay un mensaje, un video, una propuesta que impide desconectar. Es probable que de ese modo, no existen tiempos de tranquilidad, no hay separación de esferas: familiar, social, deportiva… porque en todo momento suena una notificación que nos envuelve y nos invita a mirar y ver lo que sucede en nuestro grupo de referencia. Así la vida es muy estresante y complicada.
Si a este modo de conexión le añadimos que falta, generalmente, todo el mundo de comunicación no verbal ya que no es sólo lo que decimos, sino como lo decimos. Y para aderezar ponemos una pizca de tendencias, modos comportamientos, bulos y modas… Pero si además, la eterna conexión elimina el contacto físico, porque todo es virtual, generará muchísima soledad y tristeza.
Seguramente, insisto, a la hora de enfocar el momento actual de uso de pantallas, nos centramos en aspectos que, puede no ser tan relevantes como los problemas que pueden generar en la salud mental de las personas. Vivir conectados a lo digital, ignorando las relaciones personales, cercanas y directas, puede que genere consecuencias importantes en la vida de las personas.
No estoy proponiendo que se elimine el uso de los dispositivos electrónicos, sino que a los educadores nos queda un papel importante por delante: proponer que existe un mundo más allá de las pantallas. Hablamos de que los jóvenes de hoy son nativos digitales. Han nacido con la tecnología puesta. Sin embargo, los jóvenes que tenemos ya en las aulas nacieron con las redes sociales puestas (facebook empezó en 2004 —aunque ellos no usan esta red—, pero instagram aparee en 2010 y Youtube en 2005. Es decir estos chicos y chicas, cuando tuvieron acceso a la tecnología ya podían navegar por youtube y relacionarse en instagram. No son nativos digitales sino nativos en los medios sociales, lo que nos hace eternamente conectados.
No me quedo con lo negativo que puede aportar este mundo social tan cambiante, sino con el reto que supone proponer otros modos de relación y trabajo en grupo en clase, con un uso de la tecnología para fines educativos ¡Tremendo desafío! ¿Te atreves?