Dentro del aula conviven habitualmente tantas formas de pensar y actuar como personas. Por tanto, es frecuente que existan problemas de convivencia y funcionamiento. ¿Como afrontar las interrupciones en el aula? ¿Es viable siempre la expulsión del aula? ¿Debemos tolerar las interrupciones de quienes no quieren aprender? Son algunas de las preguntas frecuentes que nos hacemos los que tenemos la suerte de trabajar en la docencia.
Hay diversas formas que van desde la expulsión temporal hasta el enfrentamiento directo con quien provoca la interferencia en clase. El paso del tiempo me ha ido diciendo que lo primero que hay que hacer es una valoración fría y rápida de la situación en la que respondemos a dos cuestiones claves: ¿Es tan importante la molestia que causa el alumno/a como parar la clase con lo que conlleva (perder el hilo, impedir que los demás estudiantes puedan seguir aprendiendo…)? Y la segunda cuestión: ¿Va a servir de algo la medida que adoptemos?
Si simplemente se va a soltar una bronca sin mucho sentido, es probable que no sirva de nada. Tampoco sirve demasiado el que nos saquen de nuestras casillas de manera frecuente porque, de esa manera los estudiantes ven en nosotros una debilidad, para repetir cada vez que quieran. No es raro escuchar a algunos alumnos preparar de forma premeditada la interrupción de una clase, por eso mucho tiene que ver con el talante y la forma de actuar del docente.
¿Como reaccionar?
La primera cuestión es preguntarnos si es tan grave la cosa. Sucede con cierta frecuencia que quienes interrumpen frecuentemente son alumnos que no están interesados en el estudio, que llevan muchos suspensos y están en el aula esperando a que cumplan la edad obligatoria para salir del sistema. Por tanto, ¿tiene sentido dedicar tiempo de la clase a enfadarnos con el alumno porque no trabaja o por que no está haciendo lo que debe? ¿es correcto expulsarlo del aula? Tampoco hay que caer en que como nada es grave, debemos dejarlo pasar todo.
Hay diversidad de opiniones sobre este tema: Hay quien dice que un alumno no puede estar en clase sin hacer nada porque «se viene a estudiar«, porque «son un mal ejemplo para los demás» y otros que prefieren llegar a acuerdo con el alumno estilo: «no me interrumpas la clase y yo te dejo en paz»
La siguiente cuestión que hemos de tener en cuenta es No perder el control de la situación. La gestión una crisis nos pertenece únicamente a los docentes. No podemos dejar que la situación se nos escape de la mano. Para ello podemos hablar con el alumno en privado, pedir ayuda a otros compañeros o informar a la dirección del centro o a la comisión de disciplina si la hubiera. Pero no debemos perder los nervios ante la situación. Hemos de tener aplomo, tranquilidad, paciencia y no perder los nervios.
Cualquier solución de buen rollo es mejor que cualquier enfrentamiento duro, discusión que siempre deja tan mal sabor de boca, tanto al docente como al resto de compañeros del aula. Así por tanto de manera breve, se debería actuar en tres aspectos:
- ¿Vale la pena? Valora rápidamente si merece la interrupción, si es tan grave como para perder el hilo, coger nervios…
- No perder el control. Que todo el grupo aprecie que tenemos la situación en nuestras manos. El aplomo, la tranquilidad necesaria para resolver la crisis.
- Una solución pacífica siempre es mejor para todas las partes. En un conflicto es difícil que alguien gane claramente. Aunque el estudiante sea expulsado, seguramente nosotros hablemos sufrido por la situación ¿Quien gana? No hay un vencedor claro.